viernes, 18 de marzo de 2011

Puro teatro


    El pasado miércoles fui al teatro a ver el último espectáculo de Don José Luis Panizo González, más conocido como Anthony Blake, que al cambio salió ganando porque con ese nombre nunca se hubiera hecho un hueco en el mundo de la magia. El cartel de la entrada rezaba el título "No vengas solo" acompañado de la siguiente advertencia: "este espectáculo puede herir la sensibilidad del espectador", seguido de una recomendación de abstención a las personas nerviosas y/o de corazón delicado. Quienes me conocen saben que en el momento en que leí ese cartel debí retirarme, pero ya cuando supe del argumento del show, que no es otro que el miedo, debí salir corriendo sin más.

    Con las entradas en la mano, ya no había vuelta atrás. Por cierto, justo en el instante de retirar las entradas apareció Blake en la taquilla y a mis acompañantes les faltó tiempo para esconder sus caras, pues en estos espectáculos conviene pasar desapercibido si no quieres participar involuntariamente en algún truco. A mí me daba igual porque no pensaba participar en el show de ninguna de las maneras. No soy de las que se ofrecen voluntarias en estos eventos, sino de las que se esconden. Padezco pavor al público, lo que le viene como anillo al dedo a este espectáculo sobre nuestros miedos. Desapercibidos, lo que se dice desapercibidos no pasamos, porque nuestras risas se oían desde el otro lado de la calle, donde estos días representan dos grandes musicales. ¿Y por qué no habíamos asistido a uno de los musicales? En fin, como he dicho ya, no había vuelta atrás.

    Nos acomodamos en nuestros asientos de la fila 3, para mi gusto demasiado cerca del escenario y demasiado centrados (a mí me tocó el asiento 1). Subió el telón y el escenario se convirtió en un salón de atrezo de películas de terror. Únicamente se iluminaba una muñeca horrenda de porcelana, envuelta en una nube de humo, y de fondo una cancioncilla infantilmente canturreada. Ya con mi piel de gallina, veo aparecer de la nada a Blake con una pequeña caja de música que abre de vez en cuando, dejando salir una canción espeluznante, mientras explica que dicha caja concede deseos al abrirla, no obstante hay que tener cuidado con lo que se desea porque se cumple (ya lo dice el proverbio chino). A continuación le pide a la señora de la fila 1 asiento 1 que se ponga en pie y piense su deseo y, con la teatralidad de que es capaz el artista, le ruega que no abra la caja, pues su deseo conlleva un grave peligro, ordenándole pasar la caja a la señora de detrás, o sea la de delante de mí. Mis acompañantes me dan codazos entre risas viendo acercarse la caja. Efectivamente, llega a mis manos y me toca ponerme en pie, pensar un deseo -no pensé nada, por si acaso-, abrirla y comprobar que su truco ha dado resultado: no sólo no suena sino que está completamente vacía. Me pide que me siente, qué alivio, y prosigue su actuación, pero no pasa más de un minuto antes de que me señale con el dedo y me obligue alzando la voz a subir a toda prisa al escenario. Imposible negarme, sería más bochornoso que el hecho de hacer el rídiculo allí arriba, así que allá voy, aterrorizada por la vergüenza y porque no sé qué quiere de mí ese personaje al que empiezo a odiar con todas mis fuerzas.

    Realiza conmigo un truco estúpido sobre disociación mental. Me cierra los ojos mediante una pseudohipnosis y coge mi brazo izquierdo sin decirme nada más que "piensa en tu pelo, notarás frío en el brazo; ahora céntrate en tu frente, notarás frío en el brazo, ahora céntrate en tus cejas, notarás un pequeño pellizco..." Hijo de... ¿un pellizco? ¿A que me hace daño y tengo que ponerme a chillar delante de toda esta gente? Por si las moscas sólo pienso en cejas, cejas, cejas, para no notar lo que está sucediendo, nada bueno a juzgar por el murmullo del público. Acaba el numerito enseñándome una gasa con gotas de sangre, se supone, aunque son de color rosa fosforito. Al parecer ha representado que me pinchaba en el brazo con algo hasta hacerme sangrar mietras yo permanecía sentada sin inmutarme. Una bobada, ya lo he dicho, pero confieso que lo pasé realmente mal. Bueno, ya podía volver a mi sitio. Ingenua de mí... ¡No había acabado conmigo! "Fijo que el soplagaitas éste se ha quedado con mi cara en la taquilla. ¡Tres trucos seguidos! Soy una pringada". Y desde luego que lo soy, porque ningún espectador participó en más de un numerito y a mí me tuvo veinticinco minutos de reloj...

    Ahora toca jugar a la ruleta rusa con cuatro grapadoras industriales. Primero tengo que apuntar a su mano y, oh-magia, no sale ninguna grapa. Bueno, una posibilidad entre cuatro, puede ser cuestión de suerte. Esperemos que no sea cosa del azar y que el tipejo éste sepa lo que hace, porque ahora tengo que apuntar a su yugular. Como no me atrevo a accionar el artefacto, el público se viene arriba y empieza a carcajearse sin ningún pudor. "Yo no le veo la gracia. ¿Pero qué necesidad tenía yo de ir al teatro a ver al mentalista éste de pacotilla? Si sale mal, que puede pasar, no sería el primer truco fallido, me voy a cargar al tipo éste. Socorro, quiero irme de aquí". Me decido y, uf-menos-mal, no sale ninguna grapa. Pero sólo quedan dos, cara o cruz, fifty-fifty, y elijo con muchas dudas una de ellas, con la que el suicida ahora apunta a su sien y, oh-claro, acierta de nuevo. Al fin acaba el truquito de marras. Sí, Blake ha adivinado cuál es la que estaba cargada. Para mi desgracia nadie aplaude y me quedo junto al protagonista -ya casi coprotagonista- unos eternos segundos esperando a que el público se arranque para poder volver a mi sitio, al que regreso intentando no caer de bruces bajando los enormes peldaños -sería una pena estropear mi actuación estelar ahora- y con ganas de asesinar a los que me han liado para asistir a este esperpento.

    El resto de la función, que vi relajadamente sabiendo que no volvería a ser la elegida, transcurrió hablando de espíritus, budú y demás horrores, todo ello amenizado con efectos paranormales, lo que provocó una noche de insomnio y pesadillas. En mi opinión es un espectáculo regado de trucos muy buenos, pero tan falto de dinamismo que resulta bastante tedioso. Muy flojo. Creo que la causa es el propio Blake, actor malo de solemnidad. Ni que decir tiene lo bien que se lo pasaron a mi costa mis amigos y lo qué se ha divertido mi gente escuchando mi anécdota. En el despacho la grapadora se ha convertido en un objeto de lo más hilarante y me han pasado tropecientas llamadas telefónicas de Blake entre ayer y hoy. En fin, creo que esto va a traer cola...

    ¿Nuestros miedos? Hala, ya conocéis uno de los míos: ¡subirme a un escenario!

No hay comentarios: