miércoles, 1 de diciembre de 2010

Érase una vez...



Érase una vez una niña que quería ser actriz. Sus juegos preferidos siempre fueron los de interpretación llevados al límite: una madre cuya hija padecía una enfermedad letal, una princesa desdichada o una conversación telefónica traumática. Así fue adquieriendo una serie de registros que solía practicar con sus hermanas menores en sus horas de ocio, mientras éstas observaban con admiración su capacidad para pasar del drama a la comedia sin apenas esforzarse.

Aquella niña fue creciendo y lo que parecía un juego  fue convirtiéndose en un sueño difícil de realizar, pues ningún miembro de su extensa familia destacaba por sus dotes artísticas y, mucho menos, en el campo de la interpretación. No obstante, nunca cesó en imaginarse ante una cámara y en seguir aprendiendo de forma autodidacta. Sus conocimientos se basaban en el análisis de las actrices más renombradas y, de entre ellas, sus favoritas eran las chicas del maestro Woody Allen. 

Un buen día, por aquellas sorprendentes casualidades que a veces ocurren, se encontró en una cena nupcial sentada a la mesa con un joven director que acabó por quebrar las ilusiones que por entonces albergaba cuando, de forma rotunda, le espetó que no era carne de celuloide, ya que para hacerse un hueco en el séptimo arte debería olvidarse de sus principios más básicos. Tardó en asumirlo, pero renunció a su sueño definitivamente.

¡Qué paradoja! Hoy, a sus 37 años, resulta ser la directora de la biografía de sus tres hijos, la protagonista de la historia de amor con su marido, comparte el papel principal junto a sus cuatro hermanos y lleva una vida de película.

Felicidades.

2 comentarios:

Marti dijo...

Sólo puedo decir que me ha emocionado! ES precioso.

B. G. R. dijo...

Sólo puedo darte las gracias, como siempre!